Esta herencia cultural defiende el consumo semanal de 3 a 4 raciones de carne blanca, como el lomo o el solomillo de cerdo, el conejo o las aves sin piel, y la ingesta moderada de carnes rojas más grasas. En este contexto, la carne de cerdo de capa blanca es un alimento ideal para incluir en el patrón de una dieta mediterránea puesto que posee una elevada calidad nutricional dado su gran contenido en proteínas, un perfil lipídico de calidad, su fácil digestibilidad, una amable palatabilidad y por la variedad de técnicas culinarias que permite adaptar esta carne a los diferentes gustos, requerimientos nutricionales y grupos de población.
Otra valiosa característica de la dieta mediterránea la predominancia de los ácidos grasos monoinsaturados, es decir, del aceite de oliva virgen extra como principal grasa e cocinado y adicción, así como el frecuente consumo de grasas poliinsaturadas, por la importante presencia del pescado azul y los frutos secos en la alimentación, los cuales, han demostrado ser beneficiosos para la salud cardiovascular. En este sentido, la carne de cerdo tiene un perfil lipídico muy adecuado, ya que posee una cantidad significativa de ácidos grasos monoinsaturados. Además, también aporta minerales necesarios como el potasio que contribuye al mantenimiento de la tensión arterial normal, el zinc que favorece la protección de las células frente al daño oxidativo, el fósforo que tiene un papel esencial en el mantenimiento de los huesos y dientes en condiciones normales y también hierro, que ayuda a disminuir el cansancio y la fatiga. Con respecto a otros nutrientes esenciales, como las vitaminas, esta carne contiene vitaminas del grupo B (B1, B3, B6 y B12) las cuales favorecen el correcto funcionamiento del sistema inmunitario.
Organización Interprofesional Agroalimentaria del Porcino de Capa Blanca (INTERPORC)
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